Armero: 40 años de una tragedia que convirtió el olvido en memoria

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Armero: 40 años de una tragedia que convirtió el olvido en memoria




13 de noviembre de 2025 – 1:52 p. m. (CO)
Hace cuarenta años, Colombia fue testigo de una de las tragedias más profundas de su historia. La noche del 13 de noviembre de 1985, el Nevado del Ruiz despertó de su silencio y, en cuestión de minutos, una avalancha de lodo, agua y piedras sepultó a Armero, una próspera ciudad del norte del Tolima conocida como la “Ciudad Blanca”. Más de 25.000 personas murieron, y con ellas desapareció un pueblo entero.

A las 11:30 de la noche, la montaña rompió su calma y el valle se convirtió en un río de barro ardiente que descendió a más de 40 kilómetros por hora. En menos de una hora, Armero dejó de existir: las calles, los parques, las iglesias y los hogares fueron arrasados sin dejar rastro. Al amanecer, solo quedaba una extensión gris y silenciosa.

Los sobrevivientes, cubiertos de lodo y de miedo, buscaban entre los restos alguna señal de vida. Los socorristas, muchos de ellos campesinos, soldados y voluntarios, se enfrentaron a un terreno imposible. No había caminos ni mapas; solo el eco de los gritos ahogados bajo la tierra. Colombia entera observó por televisión las imágenes de la catástrofe sin comprender del todo la magnitud del desastre.

Entre esas imágenes quedó grabado el rostro de Omayra Sánchez, la niña de 13 años que permaneció tres días atrapada entre los escombros. Su serenidad frente a la muerte conmovió al mundo y reveló la crudeza del abandono institucional. Omayra se convirtió en el símbolo de una nación herida que aprendía, con dolor, el precio de la indiferencia.

El volcán había advertido. Meses antes, los sismógrafos y las cenizas anunciaban su inquietud. Los científicos alertaron, los vecinos hablaron del olor a azufre y del temblor en las noches, pero el Estado no escuchó. La tragedia no fue solo natural: fue humana, fue el resultado de la desatención y la falta de prevención.

De las ruinas de Armero surgió también una lección. La catástrofe llevó a Colombia a repensar su relación con la naturaleza y a crear un sistema de gestión del riesgo. Pero más allá de las leyes, Armero se transformó en símbolo de memoria y advertencia, un recordatorio de que la vida puede desaparecer en un instante si el país vuelve a olvidar.

Hoy, en el lugar donde estuvo la ciudad, solo quedan cruces, escombros y silencio. Sin embargo, Armero sigue vivo: en las historias de los sobrevivientes, en las lágrimas de los familiares, en las aulas donde se enseña su historia y en los versos que aún lo lloran.

El olvido también mata”, dicen quienes regresan cada año al campo santo para dejar flores sobre el polvo. Porque mientras alguien recuerde, mientras haya quien pronuncie su nombre, Armero no morirá del todo.

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